Javier era un tipo
apasionado por vivir cada minuto de su vida como si cada momento
vivido fuera el úlltimo, él era de los que pensaba que ya que nos
había tocado estar aquí pues porque no disfrutarlo, ya vendrían
los momentos malos y el final de esta aventura llamada vida.
A Javier siempre se le
dibujaba una sonrisa cada vez que la veía bajar aquellas grises
escaleras dirección al mismo andén donde él se sentaba todas la
mañanas, exactamente debajo del rostro de una mujer anunciando un
perfume de una conocida marca. Cada mañana realizaba el mismo ritual
, se quedaba de pie justo al lado suyo, miraba el móvil, cogía la
goma negra que rodeaba su muñeca izquierda y luego se hacia una
cola que le despejaba el rostro.
Después de ésta
ceremonia más mecánica que maniática abría su libro , cada dos
semanas uno distinto y esperaba los dos minutos que tardaba en llegar
el próximo tren.
Todas las mañanas eran
iguales, una vez llegado el tren se abrían las puertas de su pequeño
rincón con cientos de ojos testigos de aquel amor silencioso que
crecía poco a poco. Javier siempre intentaba sentarse los más cerca
posible de esta menuda pero hermosa mujer. Luego ella se sentaba al
lado de la ventanilla, y volvía a realizar el mismo proceso pero a
la inversa, cerraba su libro, se deshacía la cola y miraba el móvil,
era una ceremonia mas maniática que mecánica pero que a Javier le
encantaba. Se pasaba los doce minutos que tardaba el tren en llegar a
su estación observándola, ya formaba parte de su vida diaria, los
Domingos antes de dejarse vencer por el cansancio y que le engullera
la oscuridad de su habitación recordaba aquellos ojos color
turquesa mirando al infinito, ¿Se podía estar enamorado de una
persona sin saber ni siquiera su nombre? No tenia respuesta a esa
pregunta, pero necesitaba verla todas las mañanas , todos los días,
todos los años, toda su vida.
Paula era una chica
introvertida que escondía sus bellos ojos color turquesa bajo unas
grandes gafas de pasta negra que apenas dejaba entrever sus largas
pestañas. Paula se consideraba una persona maniática y reconocía
que tenia sus pequeñas manías sobre todo cuando bajaba las
escaleras hacia el anden y lo veía allí sentado con una sonrisa y
con una gorra de los Yankees de Nueva York que nunca se quitaba de su
cabeza, una cabeza que intuía a través de la gorra que carecía de
pelo.
Siempre intentaba
sentarse al lado de la ventana para verle reflejado a través del
cristal y que el no se diera cuenta de que sus ojos no miraban el
móvil. Javier se bajaba dos paradas antes y cuando el se disponía
a bajar giraba rápidamente su cabeza para luego volver a fijar la
vista en el cristal de la puerta de salida, pero ella se ocultaba
tras su pelo largo y rizado protegiéndola de esos ojos negros
penetrantes que le hacían sentir cosas que nunca antes había
sentido.
Así pasaron casi dos
años más con la cobardía y el miedo de no acercarse el uno al otro
pese que los dos tenían el mismo sentimiento. Una mañana fría de
Enero Paula estaba decidida a bajar aquellas escaleras y en vez de
quedarse de pie ,sentarse a su lado, quitarse las gafas y decirle
“Hola me llamo Paula” pero
aquel día y el resto de los
sucesivos días Javier
no apareció, ya no pudo ver más aquella figura de aquel hombre
sentado debajo de aquel
rostro de mujer anunciando
un perfume, ahora aparecía anunciada
el titulo de
un libro de un autor novel
llamado
“La última Parada”.
Hoy
es 14 de de Enero y Javier, bueno, a
estas alturas se le puede llamar Javi
ha cambiado su anden de aquella gris
y vieja estación por la de
una habitación blanca de
hospital y a esa chica de grandes gafas negras de ojos color turquesa
por una vieja y refunfuñona enfermera que no paraba
de entrar y salir de aquella
triste habitación por donde podía
ver una de las dos torres
que se levantaban
muy cerca del hospital.
Como
voy a echar de menos el olor a su perfume afrutado, sus ojos
escondidos bajo aquellas grandes gafas, las miradas furtivas y todo
lo que rodeaba a esas mañanas y me daba fuerzas para seguir haciendo
las sesiones de Quimioterapia en este frio hospital , ésta va a ser
su ultima parada de su corta pero intensa aventura llamada vida.
Cuando Javi viva la otra vida que dicen que hay, seguro que podrá
coger a Paula de la mano y esperar juntos la llegada de ese tren que
por los miedos nunca pudieron coger juntos.
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