Sentado en un viejo y
escondido banco de la estación con los pies estirados y reposando en
mi compañera de viaje convertida en maleta empiezo a liarme un
cigarrillo y eso me recuerda que tengo que dejar este maldito tabaco
que me esta matando y que me hace toser por las mañanas con la
sensación de
que por un instante puedo llegar a echar los
pulmones por la boca. Son las nueve de la mañana y en menos de lo
que dura una canción cogeré mi tren , ese tren que me va a hacer
borrar el pasado y empezar a dibujar mi futuro.
Como una coordenada que
apunta al Norte, Norte convertido en futuro incierto por lo que su
llegada me pueda deparar, miedo de ese Norte que me da inseguridad al
girar la esquina del tiempo, tiempo que se resbala por mis dedos de
una forma devastadora mientras lucho por detenerlo burdamente ya que
las consecuencias de su paso por mi vida se van reflejando en las
arrugas de mi cara que van asomándose de una forma vergonzosa y sin
avisar, recordándome que tengo que correr aún mas rápido para
cumplir todos esos sueños que no me dejaban dormir aquellas noches
de verano sentando en el balcón de mi casa y haciendo planes de como
quería que fuese mi vida.
El pensamiento me lleva
al Sur, a mi pasado, a todo aquello que ya no volverá, a ese largo
camino que he recorrido desde el principio con gente que ha ido
desapareciendo de mi lado y otra que se va incorporando a medida que
voy avanzado. Ese Sur convertido en un pasado arrepentido por no
tomar las decisiones acertadas, a confiar en gente que no tendría
que haberle regalado mi tiempo y que ya no forman parte de mi camino.
Nunca aprenderemos de nuestros errores , de nuestro Sur, porque somos
como somos y somos lo que somos, y nada ni nadie podrá cambiar lo
que al final del camino sólo quedará en este mundo, nuestra
esencia, lo que fuimos , el Sur de nuestras vidas.
Miro a mi derecha y
apoyada en mi hombro me encuentro a mi Este, a la compañera que un
día decidió hacer este camino conmigo y que a día de hoy aquí
sigue aguantando mis cambios repentinos de aires y mis repentinas
tormentas En este camino hemos atravesado tierras
embarradas, esquivado grandes y frías piedras, muros inexpugnables,
lobos con piel de cordero, grandes tormentas de arena , bellas rosas
de espinas, gente que nos han ayudado en el camino y otros que su
único reto era ponerlos pequeñas pruebas para desear aún más
seguir caminando pese a la adversidad. No me voy a engañar, ha
habido muchos días que me he sentado diciendo que ya no podía mas,
otros que pensaba que lo mejor era volver atrás, pero a día de hoy
aquí seguimos caminando sin echar la vista atrás.
El tren acaba de llegar
al andén, miro a mi izquierda y jugueteando con mi pulgar veo a mi
Oeste, a mi pequeño y joven Oeste. Nunca me había llegado a
plantear que una cosa tan pequeña iba a hacer de mi camino la cosa
más bella, rodeado de sonrisas, de inocencia y de cariño. Esos
grandes ojos me paralizan cuando me miran , cuando me sonríe, cuando
me rodea con sus pequeños bracitos y nos hace olvidar la frustración
de nuestro pasado y el miedo de nuestro futuro. Su olor a inocencia
nos acompaña día día , sus ganas por descubrir parajes
desconocidos y esas ganas de aprender y empaparse de todo lo que le
rodea.
Subimos al tren, empieza
este nuevo viaje , nuestro nuevo camino, camino que hace años empecé
solo. Esta es mi vida , estas son las coordenadas que me guían y me
señalan el camino acertado o no tanto, pero al fin y al cabo , esto
es vivir ¿No?
No hay comentarios:
Publicar un comentario