martes, 15 de marzo de 2016

UN VAQUERO DETRÁS DEL MOSTRADOR


Detrás del mostrador, así es como recuerdo a mi abuelo. Detrás de un mostrador color caoba, leyendo sus novelas de vaqueros, pasando las hojas con su índice y con su corazón amarillento de esa maldita condena que era no encontrar el momento de dejar de fumar.
Me pasaba las horas muertas sentado en el primer escalón de las escaleras que ascendían al entresuelo. Él de vez en cuando giraba su cabeza y me ofrecía una de sus pocas sonrisas del día, y eso me hacía sentir especial. "Si viene un vecino te levantas de ahí", me decía. Yo, con apenas ocho años pensaba, "si tienen ascensor, para que van a querer subir por las escaleras cargados de bolsas de la compra".
Me encantaba mirar como dejaba de forma armónica las cartas en los de buzones. Yo sólo quería que llegara el momento de crecer para que me dejara hacerlo a mí. Se le veía tan orgullo con lo que hacía.
 Lo más divertido del día era cuando el éste se iba yendo por debajo de la puerta y bajábamos a las mazmorras de ese castillo imaginario que construí en mi cabeza para que no doliera tanto estar lejos de casa. Lejos de mis amigos, del olor a tierra mojada, para que esos fines de semana no se convirtieran en una condena,. Rodeado de grandes edificios, de caras desconocidas, de un tráfico que engullía la libertad que necesitaba un crio de ocho años nacido en un pueblo a las afueras de la ciudad.
Bajábamos por la escalera grisácea testigo del paso del tiempo, rodeado de oscuridad. Yo iba detrás de mi abuelo que me escoltaba con una linterna en la derecha y un manojo de llaves en la izquierda. Igual que los libros de Vaqueros nos convertimos en dos forajidos en busca de una aventura. Llegábamos a las catacumbas del edificio donde se encontraban presidiendo la sala, dos enormes calderas de gas propano. Era como la sala de mandos de una nave espacial o de un gran barco. Lo recuerdo como algo tan excitante que ahora con cuarenta años me da casi vergüenza admitirlo. Me encantaba su trabajo.
Recuerdo cientos de periódicos apilados y atados con cuerda roída que los vendía a peso para calentarse con un par de copas de Soberano en las mañanas frías de invierno. Lo recuerdo dentro de casa sentado en una mecedora presidiendo el comedor, mirando con un ojo el partido de su Athletic y con el otro las personas que entraban y salían del edificio. Me llamaba la atención que un señor nacido en Sevilla fuera de Athletic de Bilbao pero yo creo que lo hacía simplemente por llamar la atención. Igual que aquel día que me enseñó a escondidas el recuerdo de la Guerra Civil en forma de agujero de bala que atravesó su pantorrilla. Unos años donde mis dos abuelos lucharon en bandos contrarios y que con el paso del tiempo hizo que compartieran mesa en compañía de una  botella de vino y unos cuantos cigarrillos.
Detrás del mostrador, así lo recuerdo y quiero recordarlo, sonriéndome y pensando que un día se fue feliz, sin hacer ruido. Una pena que no pudiera decirle hasta luego, o adiós o hasta siempre, una pena abuelo, pero sé que no me lo tendrás en cuenta, allí donde estés...o tus alas te hayan llevado.

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