Una
vez acabada la función y de que los allí presentes abandonaran el
teatro de forma ordenada y acompasada me llamó la atención una
sombra reflejada en la cortina grana del telón, tras unos segundos
inmóviles, la pequeña sombra se convirtió a medida que iba
avanzando en una pequeña niña de grandes ojos garzos y un pelo
rubio rizado que le llegaba hasta la altura de su graciosa cintura.
La
niña me cogió de la mano y me hizo sentar en el borde del escenario
con nuestras piernas colgando como si estuviéramos viendo nuestra
primera puesta de sol. Estuvimos
callados durante varios minutos mirando a través de la
oscuridad,observados por la soledad de unas butacas y siendo
testigos de la debilidad de los focos que poco a poco se iban
apagando debido al paso inexorable del tiempo.
Llevaba
veinte años dedicándome a esto de hacer reír,ser cómico en una
España donde se pasaba
hambre era una tarea muy cruda. La
niña se acercó a mi,me susurró unas palabras al
oído y luego
se incorporó
y abandonó el teatro de la misma forma como entró,
en silencio.
Los
años siguientes fueron un calco del primer encuentro con aquella
niña misteriosa, mucha
hambre, pobreza y caras desconsoladas, la misma que la mía antes de
salir al escenario, cada vez mas viejo, cada vez mas cansado, cada
vez más de todo. Con el paso de los años surgió una relación muy
especial y la niña tímida y vergonzosa de los primeros encuentros
se convirtió en una adolescente avanzada a su tiempo, responsable,
alegre y dicharachera que me hacia reír
sin que nada más
me importara en ese preciso
momento.
Pero
todo eso se truncó en uno de los Veranos que acudí de
nuevo a ese pueblo
rodeado
de
grandes y
majestuosas montañas,
aquella mujer rubia de ojos azules no acudió a nuestra cita anual,
al principio, no le di más
importancia, pero si lo
hice cuando me
sentí amenazado por el
mismo silencio
que vino a visitarme momentos
antes de conocerla.
Ya
no se reflejaba
ninguna sombra en aquel
mismo viejo telón
grana de hace años,
no noté
su mano aparentando la mía
y no puede escuchar más
aquella risa romper como un cristal contra
las paredes de ese viejo
teatro igual de viejo
que yo. Algunos
de los vecinos comentan que pasado un tiempo encontraron el cuerpo de
una mujer rubia con una nota apretada fuertemente en su su mano en la
que rezaba:
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