Cansada
de dar tumbos de aquí para allá, de madrugones entre farolas que tiemblan de
miedo por recibir los primeros rayos de sol., de acostarme entre farolas que
tiritan de frío al recibir la primera luz que vomita la luna.
Cansada
del tráfico de un lunes lluvioso de noviembre y la soledad de un domingo
caluroso de agosto. Cansada de los borrachos de la noche y de las calles
vestidas en charcos de resacas de una vergonzosa mañana.
Cansada
del olor a pan recién hecho, de las abuelas que van al mercado, de aquellos que
no miran cuando cruzan y de aquellos pequeños con grandes mochilas a cuestas
que empiezan su primer día de clase.
Deambulo por las calles como un zombi, pasando de
puntillas toda una vida con la espalda cargada de recuerdos, de sueños, de
desilusiones y tristezas. Cargando trozos de metal con pies redondos, con brazos encarcelados que dependen de una
llave para sentirse libres.
Bocas
tatuadas con números y letras igual que un prisionero de guerra, caminando
hacia un cementerio situado en el olvido, ésta es la triste vida de una grúa,
una grúa que quiso ser persona y se convirtió en porteadora de amasijos de
metal.
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