Deseando
que sus dedos vuelvan a rozar mi fría y dura piel, soñando para que
vuelva a hacerme vibrar y despertar en mí una melodía que fusione
nuestros cuerpos en un sólo compás. Rodeada de sus engreídas
amantes, los celos no me dejan ver la realidad. Sé que ellas también
necesitan de sus caricias y el roce de sus yemas se convierte en
agujas que se clavan una a una en mi corazón, un corazón desaliñado
y solitario dibujado en Fa Mayor.
Cada
vez que noto sus dedos tocar mi piel espero el momento en que vuelva
a hacerlo una y otra vez. Mi cuerpo empieza a temblar siendo testigo
del golpear de sus nudillos en el ardiente lecho de madera, madera
que nos acoge y resguarda del oscuro y frío abismo que se encuentra
justamente debajo de nuestro ser.
Todos
esperamos que la música nos abrace fuertemente y nos rodee con sus
grandes manos convertidas en dulces acordes. La melodía se desata y
ella aparece dejando entre nosotras un sabor a sinfonía que se
convierte en la culminación de nuestro amor. Se para el tiempo, ya
nada importa, sólo yo y el resto de las otras cinco víctimas,
víctimas que sufrimos la pasión y el amor de esos dedos, de
aquellas manos, del sueño de una cuerda de guitarra dibujada en Fa
Mayor.
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